La tarde llega a su cita ineludible
pálida, con el frío en las mejillas
y me cuenta de tus lluvias
de tu tejado, de los cordeles
donde se humedecen los besos
a la espera de estallar en tus labios.
Con mis recuerdos le entibio la sangre
hasta hacerla ruborizar.
Se le va tiñendo de guindas la cara
cuando me escucha enumerar
los lunares que tiene tu espalda.
Juntas nos adentramos al bosque
de tus cabellos, perenne, frondoso
y jugamos a perdernos en el.
Yo, olvido los motivos de mi tristeza
ella recuerda el lugar exacto
donde dejó olvidada su inocencia.
Las horas manifiestan sus prisas
y nos regresan a la misma esquina.
Le miro alejarse buscando lo oscuro
mientras tú te expandes en los matices
de este otoño que me puebla
y me quedo abrazada a tu silueta
abrigada de lunas y letras de poemas.