Con su voráz apetito
el día tragaba sus fuerzas
sin piedad y en sigilo
el cuerpo impregnaba de huellas.
Deglutía cada segundo
en sus estómagos de rumiante
regurgitándolos uno a uno
sin temer atosigarse.
Y allí, casi indefensos
se encadenaban a la esfera
Unidos cómo secunderos
para no sucumbir al tiempo.
La mirada anclada en el otro
surcando los hemisferios
Todo a su lado cerrando ciclos
mas ellos, siempre en comienzos.
Cómo si fuese su sombra
la fatiga proyectaba siluetas
y desde un haz de luz se elevaban
destellos de nuevas fuerzas.
La noche al cerrar el día
les encontraba dormidos
cómo dos estrellas cosidas
a notas de un mismo sonido.
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