Lucía cómo una tarde de bruma
donde se dibuja la tristeza
ingrávida, cómo en el mar la espuma
curvando la columna de su fortaleza.
Así lo vi aquel día de Enero
abriendo una sonrisa de abismos
y cansadas campanas de duelos
suplicaban del dolor un exorcismo.
Yo quise ser de él la luz de su día
el corvo que sus dolores cercena.
La palabra de amor más sentida
la llave que libera sus cadenas
Llegué a amarlo más que a mi vida
ciega, pues para amar no se necesita ver
y aún sintiéndome entumecida
abrigué sus fríos con jirones de mi piel
Se fueron derritiendo de su alma
los hielos que por años le cubrieron
el amor y el sol en dulce amalgama
una mañana sin aviso le sorprendieron.
Hoy las gaviotas conocen su sombra
le saludan con graznidos alegres
pareciera que desde el cielo le nombran
alborotadas cómo ebrios cascabeles.